MARCO TEÓRICO
TRIBUS URBANAS
¿QUE SON LAS TRIBUS URBANAS?
Las tribus urbanas son aquellos grupos de amigos, pandillas o simplemente agrupaciones de jóvenes que visten de forma similar, poseen hábitos comunes y lugares de reunión. Cuando los individuos se reúnen voluntariamente, por el placer de estar juntos o por búsqueda de lo semejante, se trata de un grupo o tribu urbana.
Formar parte de una tribu urbana consiste en buscar en los congéneres modos de pensar y de sentir similares a los propios, compartiendo una misma cultura, y sin ser necesariamente conscientes de ello. El placer de pertenecer a una tribu urbana proviene de la suspensión de la exigencia de adaptarse a un universo adulto o social y a sus reglas de pensamiento y de conducta.
A veces, las tribus urbanas autorizan actividades que están en los límites de las reglas morales y sociales: el juego, la bebida, el escándalo, las reivindicaciones... Sin embargo, las actividades realizadas no son el objetivo esencial de la banda: el objetivo es el de estar juntos porque se es semejante.
1. Las tribus urbanas: campo virgen en historia y fértil para la interdisciplinariedad
Tradicionalmente los objetos de estudio de la historia han sido localizados, temporalmente, lejanos al tiempo presente del investigador; tal requisito suele considerarse necesario para que algún asunto sea visto como hecho histórico.
Retomar la historiografía con una tendencia en las investigaciones del presente o del “mundo actual”, como desde hace medio siglo después de la segunda gran guerra lo hicieran franceses y alemanes, ha sido un nuevo reto para los amantes de Clío, aunque es sabido y se debería tener en cuenta, la historia del presente ni es una novedad ni debe confundirse con el oficio del cronista.
Pero el resurgimiento de la historia del presente ha tenido varios obstáculos, de los cuales podemos destacar tres:
- • La lucha contra la ortodoxia del positivismo. Implicaba que para seleccionar un objeto de estudio el investigador no estuviera inmerso en esa realidad que pretendía estudiar para así poder tener una perspectiva objetiva de los hechos, que le permitiera el análisis de ellos, vistos con imparcialidad y alcanzar la verdad.
- • Segundo, historiar la época vivida impide efectivamente, poseer esa perspectiva que ofrece la lejanía del tiempo, porque no se pueden conocer las consecuencias, o no al menos de la manera tradicional que se supone el investigador podría descubrir tras seguir los hilos de una serie de causas y que al final darían sentido a la investigación, es decir, la historia del presente no está consumada [Sirinelli, 1998].
- • Y un tercer aspecto es aquel más subjetivo y que atemoriza a los investigadores cuando se plantean la tarea de tomar por objeto de estudio el presente. Y es el miedo a la selva informativa, pues se tiene el temor de que el exceso de documentación e información disponible para tal asunto pueda provocar la pérdida del rumbo de la investigación, o simplemente, no verle final a una revisión “exhaustiva” del material disponible.
2. La juventud; culturas juveniles
La juventud es un periodo temporal de los hombres y mujeres que se ha situado en un proceso de cambio entre la niñez y la adultez, es decir, un periodo intermedio que se considera de formación de niño a hombre (sustantivo utilizado de forma genérica para referirnos a ambos sexos).
Esta nueva categoría social surgió con el desarrollo de la burguesía en el siglo xix, pues en ella los niños no tendrían necesidad de trabajar a temprana edad, sino que gracias a cierta holgura económica familiar tendrían oportunidad de extender un periodo de tiempo para el estudio o el ocio antes de tener responsabilidades familiares.
Sin embargo, fue a partir de la década de los 50 del siglo xx en los Estados Unidos de América (eua) y la Europa de la posguerra en que la condición de juventud comenzó a masificarse, extendiéndose a los hijos de las clases medias (profesionales y obreros).
Para América Latina fue necesario esperar hasta fines de los 60 y principios de los 70 para que se hiciera extensiva esta categoría, pues antes de esas fechas la categoría social de juventud respondía únicamente al perfil del estudiante universitario.
Fue gracias a la expansión de la educación básica y secundaria, el crecimiento de las urbes, la masificación de los medios de comunicación, especialmente la radio y muy posteriormente la televisión, en que por fin se pudo hablar de los jóvenes como categoría social, aunque siguen quedando al margen los jóvenes rurales y las mujeres jóvenes [Silvia, 2002:118-120].
Cabe apuntar que los trabajos sociológicos y antropológicos describen la aparición del sujeto social de la juventud solamente a partir de la posguerra en 1950 diferenciando dos categorías de jóvenes según su nivel económico:
así, algunos optan por ubicar en las tribus urbanas a los jóvenes de clase baja y popular, en tanto otros colocan a los burgueses con poder adquisitivo como los jóvenes universitarios; no obstante, ambos tipos de jó-venes convergen en la característica de una edad de rebeldía [Feixa, 1992].
La presencia de las tribus urbanas puede plantearse como mundial, si atendemos a una extensión del fenómeno en los países capitalistas de occi- dente, pero localizada concretamente en contadas ciudades donde además de la concentración demográfica existe una dinámica actividad cultural juvenil acompañada de la presencia de los medios masivos de comunicación. Tales requisitos son indispensables para la formación del fenómeno tribal, de lo contrario las fronteras físicas aíslan a la sociedad de las influencias culturales exteriores.
Tribus urbano-populares: ¿cómo viven los jóvenes populares?
El joven poblacional, o como lo llama Weinstein: el joven urbano-popular, se enfrenta diariamente al desempleo o al subempleo. Su vida gira en torno a la inactividad: no estudia ni trabaja, y generalmente, tampoco ayuda en el hogar. Con respecto a la juventud de los 80, señala: «estos jóvenes han sido ‘clientes’ importantes de los improductivos y mal remunerados planes de empleo impulsados por el Estado»: el Programa de Empleo Mínimo (pem), y el (Programa de Empleo para los Jefes de Hogar (pojh), única iniciativa del Estado frente al fuerte desempleo de esos años. No es extraño entonces que Weinstein hable de la juventud como la edad de la espera.
Ésta fue una generación que durante un largo período fue despreciada como potencial humano, generándole graves daños sicosociales muy difíciles de reparar a través de políticas de gobierno (capacitación laboral, centros de rehabilitación, etc.). Tanto en los 80 como en la actualidad, el joven popular-urbano enfrenta una marginalidad tanto en el empleo como en la vivienda (muchos viven en calidad de allegados), en la salud (drogadicción, alcoholismo) y en la educación. Sin embargo, tristemente, es está marginalidad la que ha posibilitado el «reconocimiento»de la juventud por las ciencias sociales y los programas de gobierno.
Claro que este «reconocimiento»parte de una premisa ético-moral: los jóvenes están en un proceso de formación y es el momento de adecuarlos a la normativa social vigente. Esta concepción está enmarcada en un debiera ser que niega la identidad propia de cada joven. Tanto las ciencias sociales como los programas de gobierno encauzan al joven «hacia las tareas de producción y consumo, y quieren transformarlo pronto en un ciudadano integrado al orden social establecido».
Humberto Abarca realiza un análisis crítico del futuro (programado) del joven popular:
La ideología del ascenso social se inculca como mentalidad de generación a generación, expresada en un discurso que promueve dos actitudes ante el futuro: devoción a la promesa y atrevimiento para cumplirla; de conjunto representan una barrera que antepone el dicho «no tenemos oportunidades». Así la recepción de la promesa de futuro se transforma en un acto de fe colectiva.
Sabemos lo que sucede con aquellos jóvenes que desconocen dicha promesa. Los denominados aplanadores de calles, los cabros de la esquina, comienzan a ser un problema en barrios y comunas. Pasar el día en la calle, sin hacer nada, jugando video juegos, o bien consumiendo alcohol, es visto por la comunidad como un acto de rebeldía, un factor que llama a la delincuencia.
En todas las grandes ciudades la situación de los niños y jóvenes que han optado por la calle va en aumento. El espacio urbano, símbolo capitalista de expansión y desarrollo, se convierte en un lugar de vida para estos niños y jóvenes. Las principales razones invocadas por los distintos autores para explicar el fenómeno son: la marginalidad urbana acaecida desde el industrialismo de los 60, la pobreza como una cultura productora de dificultades sociales; la familia en crisis; la economía globalizadora; el individualismo creciente y la falta de solidaridad.
En las calles, particularmente, el fenómeno del licor-embria-guez posee diversas lecturas, políticas y sociales enfocadas en torno a la población juvenil. Por su parte, las autoridades de gobierno se preocupan por la temprana edad en que los jóvenes comienzan a consumir alcohol.
Todos los fines de semana me toca sacar a niños y niñas de los jardines, desde doce años para arriba, que se esconden a tomar vino en caja y pisco. El problema es que la falta de experiencia les hace emborracharse hasta el límite de quedar botados. Hace una semana una niña de 13 años se intoxicó, tuvimos que llamar una ambulancia para que se la llevara (Nochero discoteque capitalina).
Se desprende del diagnóstico juventud-alcohol, un tipo específico de dispositivo discursivo que moviliza y explicita -a través de la opinión pública- fuerzas policiales e instituciones asistenciales: un artefacto de control activado en los 80 por el régimen militar. Esta reconstrucción arbitraria del sujeto juvenil popular por parte de la institucionalidad operante, movilizó discursos morales, médicos, psicológicos y sociales basados en una juventud amoral, enferma e inadaptada.
La política que abordaba el mundo juvenil popular durante el régimen dictatorial, tenía como objetivo ejercer control sobre el joven problema, articulado en torno a las variables: pobreza, alcoholismo y delincuencia.
Con estas instalaciones discursivas, los aún operantes artefactos de poder se desarrollan de forma legítima sobre los cuerpos de los infames. Al igual que con las brujas, los leprosos y los locos en siglos anteriores; ahora, los chascones, los trashers, los drogadictos, los encapuchados y las barras bravas son los nuevos infames que entran en el mercado de la ortopedia social.